No me siento capaz, a pesar del lexatín que tomé por la mañana, me horroriza la idea de enfrentarme cara a cara a mis hermanos.
Al menos, en el procedimiento judicial, no tenía que verlos. Mi letrado hablaba con el abogado de ellos y el Procurador actuaba en mi nombre.
Es cierto que las noches se me hacen eternas pensando que nuestra casa familiar se está viniendo abajo después de tantos años litigando y sin poder usarla. Seguro que el naranjo se habrá secado, y por supuesto la glicinia bajo la que pasábamos las tardes jugando a las cartas con mis abuelos. Y el estanque… cuyo murmullo del agua nos acompañaba durante las siestas veraniegas.
¡Cuántos recuerdos y sentimientos guarda esa vieja casa! Y el problema es que como no solucionemos el tema de inmediatio, cuando llegue la sentencia será demasiado tarde. Se habrán venido abajo las paredes y los recuerdos y ya nada será lo mismo.
Lo que daría por volver a ese patio, con mis hermanos, como cuando éramos pequeños, y sentarnos bajo la glicinia. Ahora además podrían acompañarnos nuestros hijos y sobrinos. Podría ser todo tan fácil…
Pero sigo teniendo miedo. Y dicen que acudiendo a esta sesión de mediación a la que nos ha mandado el Juez, no queda más remedio que volver a encontrarnos. Porque somos nosotros los protagonistas y tenemos que decir lo que nos gustaría, y escuchar a los otros. Los otros… como si fueran unos desconocidos. Estamos hablando de mis hermanos, mi familia, mi sangre.
Seguro que ellos también tienen miedo, pero, ¿y si se solucionara todo acudiendo a la sesión? ¿y si también ellos quieren preservar sus raíces?
Sí, lo voy a intentar, voy a vencer el miedo. Por los que se fueron, por los que estamos y por los que vendrán.
Fdo. Amelia Medina Cuadros